PARTE II:
“En la UIB cada vez hay más que donan y menos que lo ven desde lejos. Aun así, nunca hemos alcanzado el número de donaciones, aunque sí hemos tenido más de 500 ofrecimientos. Es cierto que todo suma, pero me hará muy feliz el día que lleguemos al objetivo del reto. Lo que sí hemos logrado es que después de tres ediciones la gente está más concienciada y la participación ha aumentado año tras año. Es muy bonito cuando llega el bus y ves a un donante del que te acuerdas lo mucho que te costó convencerle. Y ahora está en la cola, acompañado de otra persona a la que él mismo ha convencido. Es una cadena muy positiva que no hace más que crecer”, asegura Rocío con un tono entre alegría y satisfacción.
Para ella, era muy importante ayudar a trasladar la necesidad de donar en el ámbito universitario. Por ello, se puso en contacto con el Banco de Sangre, que, junto con la UIB, puso en marcha el #Reto500. Una forma de acercar la donación a los jóvenes que, “quizá, no estaban muy concienciados”.
Rocío insiste en la necesidad de transmitirle a la gente el valor de la donación, de reconocer como héroes a aquellos que ponen el brazo y de sentir como propia la realidad de los pacientes que precisan transfusiones de sangre. “¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por ganarle dos días de vida digna a un ser querido con una enfermedad terminal? Yo lo llegué a pensar y seguro que sería un montón. Pero no se puede. Dependes de que otra persona haya llegado a poner el brazo, porque la sangre no se puede fabricar”.
Rocío conoce a muchos héroes, alumnos de la UIB implicados, cuya solidaridad “es un ejemplo para los profesores”. “Nos han demostrado que son muy generosos y creo que este puntito de generosidad es lo que le falta al profesorado. No se trata de obligar, sino de concienciar a toda la estructura académica de la importancia de ser un ejemplo”.
Explica Rocío que no hay que temer al miedo. Que la primera vez, muchos dudan. No saben si subir o no al bus, por la impresión que les provocan la sangre o las agujas. Ella los apoya, los anima. “Al final lo hacen y cuando bajan están contentos y orgullosos, saben que han hecho algo importante. Y esa sensación todo el mundo debería experimentarla; no sólo porque has ayudado a salvar vidas, sino también porque le has ganado tiempo a un enfermo terminal que podrá despedirse con dignidad”, termina Rocío, mientras toma aire con una media sonrisa.
🖋 Andreu Vidal Bustamante
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