PARTE II:
Aunque Estela no necesitó a un donante de médula, sí que le hicieron falta muchas transfusiones de plasma y plaquetas. Sin estas, no habría podido superar el tratamiento, en especial la quimioterapia agresiva que necesitó antes del trasplante. Para ella, esto significó la salvación. Era la última bala en el cargador y fue la que dio en el blanco.
“Recuerdo que el aislamiento fue duro. Estaba encerrada entre cuatro paredes blancas, sin poder hacer nada y siendo adolescente. Pero siempre he sido muy positiva y para mantenerme así, me ponía vídeos de paisajes en la televisión y pensaba en todas las cosas que me quedaban por vivir”, Estela sonría y añade: “Echaba de menos los colores y esa es una de las cosas que más recuerdo de cuando salí del hospital. El sentimiento de volver a ver los árboles que hay en la carretera hacia Puigpunyent, donde vivía con mis padres. Empecé a vivir las cosas de otra manera, de alguna forma había madurado y eso lo noté con mis amigos. Lo difícil fue adaptarme de nuevo a la adolescencia real, porque había aprendido a valorar otras cosas”.
Para ella, la falta de conciencia es un problema. Son muchas las personas que, por un motivo u otro, no piensan en el bien que pueden hacer por alguien que necesita una transfusión. “Si yo sigo viva, es gracias a que hubo personas que donaron en su momento. Sin ellas, no habría salido de la operación ni habría podido recibir el tratamiento que necesitaba”. Estela explica que su familia está muy concienciada, sobre todo después de lo que le pasó a ella, pero remarca que la gente no debería esperar a que le pase algo así o que un familiar necesite sangre. “Deberíamos valorar la donación. ¿Y si nos pasa? Anticipándonos le ponemos remedio, pues donar es salvarle la vida a otra persona”.
🖋 Andreu Vidal Bustamante
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