PARTE I:
Luis es un pequeño héroe de inagotable energía, cuyo superpoder es su gran sonrisa. Con tan sólo cuatro años se ha enfrentado a una leucemia que le diagnosticaron con dos y a la que casi ha derrotado. Durante varios meses de su corta edad, todo lo que conoció fueron los pasillos y la habitación de un hospital. Su patio de juegos en el que “prácticamente aprendió a hablar”. Para sus padres, las transfusiones que recibió, sobre todo de plasma y plaquetas, fueron esenciales para su mejoría. Ellos lo tienen claro. Sin donantes, la historia habría sido muy diferente y ahora, no tendrían la oportunidad de seguir abrazando a su hijo.
Luis nació en Cuba. Se crio en el entorno frenético del hotel del que su padre era director. Alegre, feliz, siempre corriendo de un lado a otro. Hijo del mallorquín Pedro Luis Vázquez y de la alemana Sabrina Vita, volvían a Mallorca cada vez que tenían vacaciones, para visitar a la familia y para que el pequeño pasara tiempo con sus abuelos. Además, aprovechaban esas ocasiones para hacerle las revisiones pertinentes. Todo iba bien, hasta que en “una analítica apareció un indicador raro”. Sin prácticamente tiempo para prepararse, su vida dio un vuelco. Luis, con dos años y medio, tenía leucemia.
“El ingreso en el hospital fue el momento más difícil y no sé decirte si no lo recuerdo o si no quiero recordarlo”, Pedro hace una pausa para coger aire. Se le enrojecen los ojos e intenta seguir hablando, pero se le quiebra la voz y no consigue articular palabra alguna. Luis está sentado a su lado, distraído, bendecido por la inocencia de la infancia. O es lo que parece, porque como su padre explicará más adelante, en realidad el pequeño, de ahora cuatro años, ha sido muy consciente de sus circunstancias.
Pedro mira a su hijo y sonríe feliz. “Lo que has pasado. Afortunadamente estamos aquí y podemos contarlo. Fue todo muy rápido. Incertidumbre. Desconocimiento. Nuestra vida estaba en Cuba y ya no volvimos. Luís entró en el hospital a caballito y riendo. Así se ha mantenido durante todo el proceso. Nunca ha perdido la sonrisa, incluso en los momentos más duros y eso nos ayudó muchísimo a sobrellevarlo. En los momentos difíciles no queríamos que nos viese abatidos o tristes, para no transmitirle esos sentimientos. Salíamos de la habitación un momento, tomábamos aire y volvíamos”, cuenta.
Una sonrisa, mucha energía y bolsas de plaquetas y plasma conformaron el tratamiento de Luis. Desde el 19 de septiembre de 2018 hasta casi navidades de ese mismo año, el hospital fue el hogar del pequeño, donde prácticamente aprendió a hablar, y los pasillos, su espacio de juegos. Recuerda su madre una tarde en la que él estaba dando vueltas con la bicicleta cerca de la habitación y entonces llegaron dos enfermeras. “Según la analítica que le habían hecho estaba muy bajo de plaquetas y traían una bolsa para hacerle la transfusión.
🖋 Andreu Vidal Bustamante
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