PARTE I:
Rosa Escanero es donante de sangre desde hace 30 años. Empezó a los 27, tras el embarazo de su hijo, pero lleva comprometida con la donación toda su vida. Del grupo 0-, siempre tuvo claro que su primera donación sería tras cumplir los 18 años, aunque no se lo permitieron por no llegar al peso mínimo requerido. Cuenta Rosa que hay dos motivos que la mueven. Considera que donar es ayudar a alguien que lo necesita, a una persona que sin transfusiones no se salvaría. Y el otro, el recuerdo de los llantos de un recién nacido, cuya madre, a la que ella no conocía, casi muere en el parto debido a una placenta previa.
Con cerca de 130 donaciones a sus espaldas, Rosa se siente orgullosa de saber que ha podido ayudar a muchas personas que lo necesitan y que tendrán “una bolsa a su lado que les supondrá poder curarse”. “Mientras la sangre no se fabrique, los donantes seremos necesarios. Todos debemos concienciarnos de que no vale ir a donar sólo cuando las reservas están bajas o cuando hay una emergencia. Al fin y al cabo, dedicar 30 o 40 minutos cada cuatro meses no es nada. Sé que hay gente que piensa que si un familiar lo necesita, pues ya irá, pero es que quizá haya personas con familiares que no pueden donar. No hay que pensar sólo en el entorno, sino en todas las personas que lo necesitan”, explica.
Ayudar a los demás es una de las principales motivaciones de Rosa, que siempre tuvo claro que quería ser donante. Por ello, al cumplir los 18 se fue decidida a donar, aunque al final no pudo. Por motivos de peso, tuvo que esperar hasta los 27 años, después de tener a su primer hijo. Y precisamente, tras el parto, vivió la que sería su segunda motivación. Una noche, mientras ella estaba en su habitación de la antigua Rotger, recuperándose, oyó los llantos de un bebé. Un recién nacido que estaba en los nidos del hospital, separado de su madre, quien se debatía entre la vida y la muerte en la unidad de cuidados intensivos de Mare Nostrum.
“Recuerdo que salí de la habitación y fui a ver a aquel pobre niño. Me encontré con una enfermera que me contó que la madre había tenido una placenta previa, que estaba muy grave y que habían tenido que suspender muchas operaciones para poder transfundirle la sangre a ella. Al final tuvieron que trasladarla, porque por aquel entonces la Rotger no tenía unidad de cuidados intensivos. Cuando llegué a mi habitación cogí a mi niño en brazos y no lo volví a meter en la cuna hasta por la mañana. En ese momento deseé que todo el mundo pudiese donar sangre para que esa chica, a la que no conocía, se recuperase y que su hijo pudiese disfrutar de ella y ella de su hijo. Más tarde supe que todo había ido bien”, cuenta con tono emotivo.
Sin donantes, la historia habría sido muy diferentes. Con toda probabilidad, esa mujer no se habría recuperado y su hijo habría quedado huérfano de madre. La convicción de Rosa es una suma de ese recuerdo, cómo se puede salvar alguien gracias a un gesto tan simple, y de su deseo de ayudar a los que lo necesitan. Sólo ha faltado a su compromiso en cuatro ocasiones. El embarazo de su hija y tres operaciones. Por lo demás, lleva 30 años donando sangre.
🖋 Andreu Vidal Bustamante